Las Monjas

Coviñas

Emplazada en el centro de lo que se ha llamado “el mar de viñas”, debe su nombre a  una antigua casa de labor agrícola-ganadera propiedad de las religiosas agustinas de Requena. 

Texto: Rubén López Fotografía: Fernando Murad

Le está esperando Joaquín Martínez. En la misma puerta de la Cooperativa  Agrícola Virgen del Carmen. El viajero anota en su bloc: 9 de julio del 2018. Plaza Orencio Pérez. El día ha amanecido de un azul diáfano. Sin un nube que llevarse a la boca. Son las 10 de la mañana y el sol ya está repartiendo caramelos. Joaquín es el actual presidente de la cooperativa fundada en 1965. Según el artículo Las Monjas, del Lebrillo Cultural de la Historia de Venta del Moro y aldeas, «por los 15 o 20 socios que tenían menos tierras de la aldea y a la que se sumaron posteriormente todo el resto de propietarios que detentaban sus propias bodegas».

Entre los primeros se encontraba el abuelo de Joaquín: el señor Andrés. Quien fuera su primer secretario. En su honor lleva una camiseta serigrafiada con un retrato suyo junto a un entrecomillado que dice: “Alemanes fuertes, fuertes…”. Ante la cara de sorpresa del viajero, Joaquín le revela que era una frase muy repetida por él.  Pues si el señor Andrés hubiera visto cómo caían los alemanes en la fase de Grupos del Mundial de Rusia 2018 quizá cambiara de opinión. Tal vez. Pero no llegó a verlo, estando a tres días de cumplir  101 años. Además, siempre hay una primera vez para todo. Incluso para los germanos, acuerdan.

No es la primera vez sin embargo que el viajero visita Las Monjas. Es la segunda. Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. Pues aquí están, junto con Joaquín, dos de los socios más antiguos de la cooperativa para desmentirlo: Julián Cárcel García y Gonzalo Montes. Se deja guiar por estos dos monjeños, hombres sencillos y comunes, por los que el viajero siente  una profunda devoción. Porque en ellos está la vida que no está escrita en los libros. Hecha de palabras de carne y hueso: Construimos la cooperativa en dos o tres años. Costó mucho levantarla porque había poderosos que no querían. Pero nos empeñamos. Y lo hicimos con la ayuda de nadie. Arrimando todos el hombro.

El mar de viñas
A día de hoy son entre 40 y 50 socios activos. Recogiendo una media de 4 millones de kilos entre las variedades bobal, tempranillo, macabeo, garnacha tinta, cabernet sauvignon, verdejo y tardana. La cooperativa cuenta con 300 hectáreas donde se practica el método de la confusión sexual para el control de la polilla, siendo la única que provee de vino ecológico al Grupo Coviñas. No es una casualidad, porque Las Monjas se encuentra donde un cronista llamado Nacho Latorre Zacarés clavó la aguja del compás y trazó a su alrededor “un mar de viñas”. Una metáfora que expresa la belleza serena de un paisaje que cautivó a la vecina más ilustre que ha tenido la aldea en su historia: Dª Lucía Garrido Pardo.

Una mujer nacida en la Venta el Moro en el seno de una familia terrateniente. Su madre Fabiana Pardo era monjeña. Su padre, Juan Crisóstomo, en cambio, de La Graja de Iniesta. Su hermano mayor fue el popular Doctor Garrido. Quien regentó tres farmacias en Madrid. A buen seguro que fue su hermano quien le presentó a su futuro marido, el también médico D. Ramón Sáiz de Carlos, que daba su nombre a unas famosas pastillas de la época logrando amasar una auténtica fortuna. El viajero conjetura que una parte importante la empleó Dª Lucía en la aldea de sus amores, no sólo construyendo un caserón donde descansar los veranos, sino también, justo enfrente del mismo, las Escuelas Mixtas (1921) y la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen (1928). En mayo de aquel año los monjeños decidieron rotular la calle principal del pueblo con su nombre. La que justo ahora remontan el viajero en compañía de Joaquín, Julián y Gonzalo, camino de la piscina municipal. Porque por estas fechas el sol de mediodía no suele hacer amigos.

Desde el césped que bordea un extremo de la piscina, bajo el amparo de un sauce, repasan algunas anécdotas de la vida en común. De cómo el padre de uno de los presentes trajo en carro desde Valencia los pináculos que hoy coronan la iglesia de estilo neogótico y que quiebran el humilde perfil del pueblo. Y que le dan un cierto “aire a catedral”. Así se la conoce por otra parte en la comarca. Un templo de una sola nave con bóveda de crucería, capillitas adosadas, y una fachada provista de rosetón, ventanales de arcos lobulados, gablete y una esbelta torre campanario. Muy gótica ella. Solo le faltarían las gárgolas para redondear la postal de las grandes catedrales góticas del medievo.

Pegada a la iglesia están las antiguas Escuelas Mixtas, en la actualidad, Hogar del Pensionista. Muy concurrido a la hora del almuerzo, y donde los interlocutores del viajero echan la partida por la tarde. Excepto Joaquín, que recuerda con acento melancólico, como siendo él un niño no cabían en el autobús de la escuela y hoy apenas son 4 los que acuden a la Venta del Moro. Prácticamente los mismos que hay a estas horas en la piscina. Que goza de una tranquilidad proverbial. Una obra que se llevó a cabo siendo alcaldesa pedánea la madre de Joaquín, Mª Carmen Pardo. Con la intención de darle un poco más de vida a la aldea. Que básicamente se concentra durante los meses de verano. Quizá la misma motivación que llevó a su hijo a adquirir hace poco el caserón de Dª Lucía Garrido.

Hotel  con encanto
Cerrado y semiabandonado desde hacía tiempo amenazaba ruina. Con el riesgo de que en cualquier momento el techo acabase desfondado. El viajero es un completo ingenuo y le enumera a Joaquín posibles usos. Atendiendo a la situación privilegiada de la aldea, podía convertirse en un albergue o en un hotel con encanto para amantes del senderismo, la bicicleta de montaña y el enoturismo. Debe haber ayudas y subvenciones para poner en valor un inmueble de este empaque, añade. Podría presentarse el proyecto a RURABLE, continúa. Joaquín le mira con indulgencia. Lo pensará. Y sigue enseñándole las amplias habitaciones, la cocina, abriendo las ventanas para que entre la luz natural e inunde los pavimentos originales. Dándoles de nuevo una mano de vida.

A fin de cuentas de eso se trata. Tanto aquí, en Las Monjas, como en el resto de aldeas vecinas. En Los Marcos, al norte; en Casas de Prada, al oeste; en Los Cojos, al sur; o en Los Ruices, al oeste. Se trata de que el tiempo no eche el cierre. De abrirle los ojos como si fueran las mismas ventanas del caserón de Dª Lucía. Para que salga de donde se quedó encerrado y  juegue a la pelota en el frontón con Luis, Miguel y Eloy. Y a partir de ahí, quién sabe, si no llegarán otros compañeros de juegos el próximo verano. Quién sabe…

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