Situado su origen en abril de 1936, hoy es una de las cooperativas más modernas de la DO Utiel-Requena. Paradojas de la historia. Una historia que marcó notablemente su evolución
Texto: Rubén López Morán Fotografía: Fernando Murad
«Artículo 1.º Se constituye en Requena, entre los abajo firmados y los viticultores que más tarde se adhieran a los presentes Estatutos y sean reglamentariamente aceptados, un Sindicato Agrícola bajo la forma de Sociedad civil de capital y personal variables, con la denominación de SINDICATO COOPERATIVA DE VITICULTORES». Corría el 22 de abril de 1936. Los “abajo firmados” los tienen con sus nombres y apellidos en un cuadro conmemorativo colgado de una pared de las oficinas y despacho de la Cooperativa Valenciana de Viticultores Ltda. Requena. Sita en la calle Albacete 14, bajo. Una calle conocida entre los más viejos del lugar como Antiguo Camino de Casas Ibáñez a Requena. Todavía conserva un lienzo adoquinado. Como si de una reliquia se tratase. Un vestigio del pavimento original que cubría la Requena de principios del siglo pasado.
Un pasado que guarda como oro en paño Rogelio Navarro Carrasco. Y que despliega como si tal cosa en la mesa de reuniones de la Junta Rectora: el Reglamento del Sindicato, la Cartilla de Aportación, el libro de Fiestas de la Requena de 1942. Documentos de un valor incalculable porque en ellos está depositada la memoria de un pueblo. Una memoria que tanto Rogelio como Manuel Ferrer Ochando, pertenecientes a la segunda generación de la cooperativa, intentan airear. Que estire un poco las piernas para que sus vivencias no se diluyan. Porque qué somos al fin y al cabo, sino recuerdos. Y como dejó escrito un poeta, todo recuerdo es el presente.
Aquel presente pasaba justo por delante de estas oficinas. Que actualmente ocupan la finca que se compró a Francisco Perfaci por 35.000 arrobas de vino en 1943. En pesetas contantes y sonantes, 300.000 de la época. Un capital que sirvió para construir un edificio de 32 metros de largo por 14 de ancho destinado a bodega. Con una capacidad de 44.000 arrobas, formado por una nave con dos hileras de 11 depósitos, despacho, laboratorio y almacén de abonos. Junto con toda la maquinaria correspondiente para la elaboración de vino: léase, una norieta para la elevación de las uvas, 2 estrujadoras, 1 bomba para la elevación de pasta, 1 prensa hidráulica, 2 bombas portátiles de trasiego… Se hizo todo lo que se pudo para salir adelante, reflexiona en voz alta Rogelio. Y sabe muy bien de lo que habla. Nació en 1940. Un año después del final de la Guerra Civil Española. Y Manuel ni les cuento. 10 años más viejo.
La memoria continúa deshilvanando sus recuerdos. De cómo resbalaban los cascos de las caballerías cayendo a veces de bruces sobre el adoquinado. De cómo botaban los carros. El actual presidente de la cooperativa, Javier Pérez García, de 59 años, los escucha arrobado. Esbozando una expresión de admiración y respeto. Porque sin ellos el presente tal y como les ha llegado no sería tal. Un presente que en la actualidad pasa por nutrir a COVIÑAS de unas uvas de gran calidad. Y un futuro por volver a embotellar vino con marca propia. Que es lo que da valor añadido, recalca el presidente. Recuperando, por qué no, su marca original: Comendador de Requena. Una etiqueta que hunde sus raíces en la leyenda del fantasma de la Villa. Una Requena cargada de historia, y que el Libro de Fiestas de 1942 describía así:
«La ciudad de las cien fuentes, “cabeza de la Castilla Valenciana”, alzase majestuosa, cual empavesado navío, entre el piélago inmenso de sus feracísimas huertas y extensos viñedos, de los que emergen populosas aldeas y numerosos caseríos». Convendrán que ya no se escribe como antes. Con ese estilo de altos vuelos literarios. Y continúa así la descripción de la Requena Monumental: con sus «dos portadas gemelas de nuestros templos del Salvador y Santa María, como la primitiva portada de San Nicolás, son ejemplares bellísimos del gótico isabelino, testimonio irrefutable de la acendrada religiosidad de nuestros antepasados y del florecimiento económico de la Requena de los siglos XV y XVI. Obras de esta envergadura, si no nos apresuramos a demostrar lo contrario, nos reafirmaremos que cualquier tiempo pasado fue mejor». ¿Lo fue?
Es una buena pregunta. Una respuesta diplomática sería que ni mejores ni peores, fueron otros. Aun así, si les preguntásemos a Rogelio o a Manuel, o a otros tantos que padecieron los duros años de la posguerra, cualquiera puede intuir el signo de la respuesta. Ahora bien, su historia es la que ha fraguado nuestro presente. Una historia plagada de decisiones heroicas que allanaron el camino de las generaciones venideras. Aquel autor del Programa de Fiestas de 1942 que reclamaba estar a la altura de aquellas obras de envergadura, constataría hoy que esas generaciones golpeadas por la guerra no agacharon la cabeza. No se rindieron a las circunstancias, porque eran unos dignos herederos de aquel legado en piedra.
El cooperativismo fue la argamasa que ayudó a mirar el presente a los ojos. La fuerza que les permitió sacudirse los intermediarios y aquellos grandes propietarios que les pagaban las uvas a cuatro perras. A partir de ahí se defendieron como pudieron. Como gatos panza arriba. Primero en la antigua bodega. Hasta que se quedó pequeña o más bien quedó engullida por la nueva Requena. Momento que fue de muchas dudas. De muchas vacilaciones. De reuniones donde debía decidir si quedarse o marchar. Rogelio lo tuvo claro desde el principio. Si nuestros padres nos habían dejado aquella bodega; qué les dejaríamos nosotros a nuestros hijos: ¿la misma? Una decisión que se materializó en 1993 con la construcción de la nueva sita en el Polígono Industrial “El Romeral”, Parcela I-1. Una obra que debería encarar no solo el presente, sino algo más importante si cabe: el futuro.
En esas están. Darse un paseo por sus instalaciones es respirar confianza, orgullo y herencia. Y por supuesto también tecnología y buen hacer. Fue de las primeras cooperativas en instalar depósitos autovaciantes. Como recalca el enólogo de la Cooperativa Valenciana de Viticultores Ltda., Javier Herrero, la Junta Rectora jamás ha escatimado en inversiones para la modernización. Todavía sorprende al profano el aire futurista del panel de control de temperaturas de los depósitos de acero inoxidable. Sin olvidar la red de colectores que permite el trasiego del vino entre unos y otros sin emplear mangueras. Además, dispone de su propia depuradora de aguas residuales. Hay que tener en cuenta que vendimia unos 5’5 millones de kilos de uva. Procedentes de entre 900 y 1.000 hectáreas que cubren en su mayoría la vega del Magro. Produciendo tanto tinto como blanco y base de cava. Siendo una cooperativa de tamaño medio dentro del Grupo COVIÑAS.
Aquel Reglamento del SINDICATO COOPERATIVA DE VITICULTORES acababa con la firma de los señores socios fundadores. Como se indicó en el primer párrafo de este artículo, tienen sus nombres y apellidos en un cuadro colgado de una pared de las oficinas de la cooperativa. Unas oficinas que aún conservan el medidor con el que se despacha el vino a los 330 socios actuales, aunque echar uva solo lo hagan 145, y dedicarse a la viticultura a tiempo completo, una veintena. Es el signo de unos tiempos que tiene en el abandono del campo una de sus mayores amenazas. Ese es el reto de esta época. ¿Estaremos a la altura de las circunstancias? Estamos seguros de que sí. Brindamos por ello entonces y sobre todo por aquellos hombres y aquellas mujeres que protagonizaron una época heroica.