Los Duques

Novedades

Debe su nombre al apellido de sus primeros pobladores de mediados del s. XIX: los Pérez-Duque. Una aldea que hunde sus raíces en la tierra con la que se levantaron sus primeras casas y luego las mismas paredes de la Cooperativa Vinícola la Encarnación en 1961.

Se trata de escuchar el paisaje. Que no se deslice en las retinas como una sucesión de mudos fotogramas. Ahora bien, para escucharlo es necesario entender su lengua. Un idioma arraigado sobre estratos de areniscas, arcillas y calizas. Que se alza tímidamente en colinas, cerros y muelas; surcado de ramblas, ramblillas y vallejos. Que se acentúa en semiderruidas casas de labor que han quedado diseminadas como los restos de un naufragio. Junto con ermitaños carrascones, únicos supervivientes de los bosques de encinas que antaño tapizaban estos llanos. Sin olvidar los nombres que ordenan su geografía: la toponimia. Historias que ayudan a situarnos en un mapa de vasta memoria.

Abandonamos Campo Arcís. Nos dirigimos hacia poniente. A la aldea de Los Duques. Dejamos atrás las partidas de Hoyo Iranzo y los Villares, que debe su nombre a las antiguas “villas rústicas” de la época romana. Salvamos la profunda Rambla de los Morenos que atraviesa como una cicatriz las Casas de la Sima, García y Capitán. Divisamos al sur la de la Cabeza, con su caserío de blancas paredes, teja moruna y recogido pinar. Una propiedad que tiene como telón de fondo los Alcores, la Molata y la Umbría del Santo. Cumbres mitradas de pinares, y faldas estampadas de olivos y almendros.

Nos aproximamos a la partida de Verdosilla. Y entre suaves lomazos cubiertos de viñas y rodetes de carrascas, divisamos el pueblo. Entrando por la plaza Marín Lázaro que hace esquina con la calle de la Carretera (CV-446). En medio, el monolito erigido por el Parque Natural de las Hoces del Cabriel; y en la otra esquina, el Bar de los Duques y la señalética que indica el yacimiento arqueológico de las Pilillas. Donde se cree que comenzó a fraguarse, allá por el siglo VI antes de Cristo, el paisaje que estamos atravesando con profundo respeto.

En una mesa del bar conocido más popularmente como “de los Pensionistas”, aguarda D. Ángel Martínez Pérez, presidente de la Cooperativa Vinícola La Encarnación Año 1961. El motivo del encuentro: escuchar lo que tiene que contar del pasado reciente de Los Duques. En concreto, desde la llegada del cooperativismo a la aldea. En la actualidad, la cooperativa está formada casi por un centenar de socios; sumando un total de 400 hectáreas; y recogiendo un millón y medio de kilos; siendo la bodega asociada más pequeña de COVIÑAS. Aunque en sus años buenos llegaron a recoger más de 5 millones. Uno de los efectos del déficit hídrico que se arrastra.

La vieja cooperativa aún conserva el sentir de los años bajo su cubierta a dos aguas de la nave principal. Con sus antiguos depósitos de hormigón. Alicatados de azulejos blancos. Donde a buen seguro se reflejaron los sueños y anhelos de aquellos pequeños productores que un día decidieron sacudirse el dominio de los que por entonces se llamaban “bodegueros de aparcería” o comisionistas. Una unión que trajo consigo la mecanización y con ella el cultivo en espaldera. Representando hoy dos tercios de la producción y el resto en vaso. Apenas ya se vendimia a mano, dice el sr. Ángel. No obstante, hay ciertas tareas, subraya, que exigen todavía las manos expertas del viticultor: como la poda y “el esporgar”; esto es, vaciar un poco la viña en primavera para que tiren las yemas que tienen que tirar, apostilla.

Y continúa hablando. Los nuevos jornaleros, como en la vecina pedanía de Campo Arcís, ya no son los nacidos en la llanura, sino venidos allende los mares: bolivianos y ecuatorianos. Que el sr. Ángel se apresura en tildar de muy trabajadores y honrados. Ya no hay escuela en Los Duques, comenta con un deje de nostalgia, porque no hay niños. Aunque sí un centro médico y una piscina que vale más que el pueblo entero, manifiesta con cierta ironía. Un dato que no es baladí, porque la aldea multiplica por cinco su población en verano. Ya que empadronados están 88 vecinos. De los que 48 son hombres y 40 mujeres. Una singularidad de un pueblo que además posee una alta densidad de nombres de raíz latina: Eutiquiano, Elicio, Siciliano…

Y ya que estamos a tiro de piedra. De obligada visita son el yacimiento arqueológico de las Pilillas y la Fuente de los Morenos. Ambos espacios sitos en el Parque Natural de las Hoces del Cabriel. Las aguas de la fuente son muy apreciadas entre los lugareños por sus propiedades curativas. Casi milagrosas, atendiendo a las palabras del sr. Ángel. A un primo suyo, por ejemplo, se le infectó una herida en un dedo y ni médico ni inyecciones contra el tétano, a lavársela con el agua de los Morenos. Y no ha sido el único caso. El viajero lo cree a pies juntillas. Y hace acopio. Ahora bien, hay que andarse con ojo cuando amenaza tormenta. Porque la fuente está en el lecho mismo de la rambla. Proclive a lo que en el lenguaje local se conoce como sunsías o sunsidas. Es decir, hundimientos o desprendimientos del terreno. Colapsos que a la vista están junto a la fuente.

Restan por visitar las Pilillas. Media docena de lagares excavados en las rocas cuyo origen se remonta al siglo VI a. C., según estudios de un equipo de arqueólogos de la Universidad de Valencia. Estamos entonces ante una bodega de origen íbero. Anterior a la llegada de los romanos. Cada lagar está formado por dos recipientes, uno mayor y más elevado, donde se pisaba la uva, y otro menor y más bajo que recogía el mosto por medio de un canalillo. A día de hoy los lagares están a la intemperie. Salpicadas sus piedras de líquenes. Quizá convendría protegerlos de las inclemencias del tiempo. Y de su paso también.

A cuatro pasos del yacimiento hay unas viñas. Parecen muy longevas dado su vetusto aspecto. Semejan árboles aquejados de enanismo. Pertenecen a la variedad autóctona Bobal. Pisamos una tierra con una mayor presencia de calizas y areniscas. Lo que en la zona se conoce como “pizorral”. Por el contrario, donde predominan las arcillas, alrededor del pueblo, se denomina “rubial”. ¡El sr. Ángel es un libro abierto! Y es evidente el porqué de su nombre. Cuando llueve la arcilla se achispa. Se le suben literalmente los colores.

Por otro lado, el rubial produce uvas más grandes, con mucha carne y hollejo fino; el pizorral, por el contrario, uvas más pequeñas, de carne magra y piel gruesa. Siendo el primero más productivo que el segundo. En cambio, lo gravoso del terreno favorece una mayor concentración de azucares. Esto es, de más grado y en consecuencia de mayor calidad. Las palabras del sr. Ángel no caen en saco roto. Germinan en el bloc del viajero como brotes tiernos, mientras toman un par de vinos en el Bar Los Duques. Conocido más popularmente “de los Pensionistas”. Y se siente muy afortunado por haber logrado escuchar el paisaje gracias a las palabras de este hombre. ¡Y bridan entonces por ello!

Comparte el artículo

1961Ángel Martínez PérezCabezaCampo ArcísCapitánCasas de la SimaCooperativa Vinícola la EncarnaciónFuente de los MorenosGarcíaHoyo Iranzola Molatalas Pilillaslos Alcoreslos VillaresParque Natural de las Hoces del CabrielPérez-DuquepizorralrubialUmbría del Santo
Entrada anterior
Ya tenemos ganadores del sorteo del Día del Libro #amantesdelaculturayelvino
Entrada siguiente
Consejeros de Coviñas viajan a Burdeos y La Rioja para conocer su tejido cooperativo y modos de trabajo

Nos puedes seguir en

Instagram
YouTube
LinkedIn

Últimos artículos