La Albosa Requenense

Coviñas

Una “alredorá” compuesta por las aldeas de Los Isidros, Los Cojos y Casas de Penén. Un paisaje que se divisa tras rebasar la cuesta de la Muelecilla. Un espigón natural que contiene  un mar de viñas antes de sumirse en la profunda depresión del río Cabriel. 

Texto: Rubén López Morán Fotos: Fernando Murad
Cuántas veces el viajero ha anhelado formar parte. De sentirse incumbido. Pero el viajero está de paso. Siempre está de paso. Sin embargo, hay tierras que siendo de tránsito se arraigan a la memoria como las raíces de las cepas más antiguas. Tal vez porque las personas allí nacidas le contagiaron su sentido de fraternidad. Gentes por lo general humildes y sencillas que no tuvieron una vida fácil. Que se la ganaron con el sudor de la frente. Haciendo el milagro del pan y los peces trabajando desde el alba hasta el ocaso. Desde el sol saliente hasta el poniente. Hacia esa tierra se dirige. Que es conocida desde antiguo como la partida de La Albosa.

Enfila la Nacional-322 dejando atrás la vega del río Magro y la aldea del Pontón. Atraviesa un mar de viñas en calma hasta que la carretera se arranca en una cuesta arriba conocida como La Muelecilla. Un espigón natural encorsetado por sólidas hormas de piedra y coronado de bosques de pinos y encinas. Y justo al otro lado la “alredorá” que D. Feliciano Antonio Yeves Descalzo, maestro de Los Isidros durante tres años (1957-1960), describió como un “paisaje de besanas y espartizales, de viñas y huertecillas, de escorrentías y barrancadas, laderas y boscaje de pinos y matorral, en donde se esforzaron y curtieron manos encallecidas y el trabajo y quehacer cotidianos”.

Tres años que el maestro calificó de los más felices de su vida y que supusieron en el trabajo y quehacer cotidianos un antes y un después. Porque fue él quien animó y convenció a un pequeño grupo de agricultores para asociarse y construir la Bodega Cooperativa La Albosa siendo él mismo su primer secretario. Los nombres de los 83 socios fundadores pueden leerse en la placa conmemorativa que se les hizo en su honor en la sede de la cooperativa. Entre ellos el de Luis Cuellar Rodríguez. Que hoy roza los noventa años. Y que goza de una salud de hierro. Y que recuerda como si fuera hoy el mucho sacrificio y trabajo que costó levantarla en el paraje conocido como los Sifones. A base de pico, azada y muchos capazos de tierra removida. Sólo hay que ver la dignidad que cubre sus manos. Hechas a imagen y semejanza del alma albosina.

El alma albosina
Un alma que ha quedado magistralmente recogida en el libro De vuelta por el municipio de Requena. La Albosa Requenense. Escrito a cuatro manos por otra parte. Por Vicente Argilés Gómez, el autor; y Vicente Sáez López, el coautor, y vecino de Los Isidros. Es quien acompaña al viajero junto con el presidente actual de la cooperativa, Francisco Salinas. Si el viajero lo describe como una enciclopedia andante sería quedarse corto. Es mucho más que eso. Es un hombre herido en lo más profundo de su ser por la tierra que acunó sus primeros pasos. Que se la conoce al dedillo. Que se la ha recorrido de cabo a rabo para salvarla del olvido. Rescatando muchas de las vivencias y recuerdos de sus vecinos. A día de hoy reunidos en las aldeas de Los Isidros, Los Cojos y Casas de Penén. Las tres aldeas que han resistido los embates del tiempo. Por el  camino quedaron Casas de Caballero, Los Sardineros y Casas de Cárcel y un sinfín de caseríos diseminados por una geografía quebrada y montuosa, cuajada de cárcavas, barrancos, bosques, ramblas y fuentes.

Pero Vicente no habla desde la nostalgia. Desde un romanticismo trasnochado. Sabe que el tiempo es inmisericorde. Pero si lucha sin desmayo contra el olvido es porque sabe que La Albosa tiene presente y futuro. Además, si los isidreños, cojeros y peneneros se caracterizan por algo, es porque son gente arriesgada y emprendedora. Y fruto de ese carácter fue la constitución un 11 de mayo de 1958 de la primera Junta provisional de la Cooperativa Agrícola “Albosa”. Más tarde llegarían las secciones de Maquinaria, Abonos y la Almazara. Sin olvidar que en 1965 se crea la Cooperativa de Consumo y Harinero-Panificadora “La Albosa”. Desde entonces la bodega no ha dejado de crecer hasta hoy mismo.

Este año se han acometido las obras que traerán consigo una nueva nave provista de techo térmico donde se van a instalar 12 depósitos de fermentación controlada. En la actualidad el número de socios asciende a 276; alcanzando una extensión de 1.660 hectáreas, y recogiendo 6 millones de kilos. Una de las relaciones de kilo por hectárea más bajas del municipio de Requena, indica su presidente, debido a  un régimen de lluvias menor que en otras zonas y a la propia naturaleza del terreno. Una geomorfología donde predominan los materiales del Keuper constituidos por margas arcillosas y yesos de textura harinosa. De ahí la denominación de la comarca y la propia bodega.

Así pues al viajero solo le queda abandonarse a una prosa fácilmente comprensible, enamorada, parafraseando al maestro D. Feliciano, para que revivan cosas casi olvidadas. Un poemario  compuesto de almazaras y lagares íberos, salinas romanas, de cuevas y aldeas refugio de antiguos moriscos, de aguas mineromedicinales, molinos hidráulicos y norias de sangre (movidas por un hombre o con animales), y de un río mítico que está justo al bajar la Sierra del Rubial (La Derrubiada). Un camino que coincide con la ruta roja del Parque Natural de las Hoces del Cabriel y que pasa por Casas de Penén, la aldea abandonada de los Sardineros y Casas de Caballero. Y que puede ser recorrido a pie, en bicicleta o en utilitario.

Y a la vuelta recordar algunos nombres propios de una tierra tan dura como hospitalaria. Como el de Loreto Gallego García, que fue uno de los 32 supervivientes del asedio al acuartelamiento de Baler. Esto es, uno de los héroes llamados los últimos de Filipinas. Como último fue también, pero en abandonar la aldea de Los Sardineros hace 40 años, Maximiliano Torres Soriano, que se dedicaba al pastoreo en un entorno privilegiado, como recoge el libro de los “Vicentes”, con vid, cereales y sobre todo un conjunto de olivos centenarios. Un paisaje natural y etnológico que pide ser puesto en valor. Además, Los Isidros dispone de hotel para pasar la noche. Otro ejemplo que ilustra el carácter arriesgado y emprendedor, del que no se cansa de hablar Vicente Sáez. El París lo levantó un isidreño llamado Amancio Iranzo con sus propias manos y los ahorros obtenidos en Francia. Por este presente y el futuro que esté por llegar, brindan con un rosadito de COVIÑAS alrededor de una mesa todos los aquí reunidos. ¡Salud!

 

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